Del lat. vertīgo, -ĭnis 'movimiento circular', 'vértigo, vahído'.1. m. Trastorno del sentido del equilibrio caracterizado por una sensación de movimiento rotatorio del cuerpo o de los objetos que lo rodean.
Durante casi tres meses estuve padeciendo de vértigo, me sorprendió un lunes a mediodía (ya ni recuerdo la fecha) mientras me dirigía a la tienda, al principio pensaba que se trataba de un caso de presión baja o se debía al desayuno que me había saltado. Fue a unos metros antes de llegar a la tienda cuando mi cuerpo me hizo saber que se trataba de algo más, el mareo se intensificó a tal grado que sentí que podría desmayarme en el siguiente paso, decidí regresar a casa en un esfuerzo que resultó casi interminable y heróico. Al llegar al departamento, literalmente me tumbé en el sofá donde pasé el resto de la tarde. Ya por la noche me sentía un poco mejor.
Al día siguiente, durante mi letargo matutino, ese donde me levanto de la cama y me despierto completamente varios minutos después, me permitió realizar mis primeras tareas sin complicación alguna, fue hasta la hora del baño cuando regresaron los síntomas del día anterior, esta vez, aparte del mareo, apareció la sensación de ser jalado hacia abajo, muy parecido a las turbulencias cuando viajas en avión, como si la gravedad se divirtiera conmigo jalándome y luego soltándome en repetidas ocasiones. Fue entonces cuando, por fin, decidí ir al doctor. El diagnóstico: vértigo, de acuerdo con el médico, originado por una leve inflamación del oído.
Pasó una semana y los síntomas disminuyeron, pero no terminaron del todo. Decidí dar un par de días de tolerancia después terminar mi medicamento, esperando que el tratamiento empezara a hacer "real" efecto. Al no haber mejora significativa, fui a ver a otro médico, la segunda opinión, y así pasaron tres médicos, un otorrino y exámenes médicos. Me encontraron una anemia, ácido úrico y triglicéridos altos, estuve en riesgo de volverme adicto al dramamine y al difenidol, pero nada que explicara la razón del vértigo. Y así transcurrió un mes.
Fue en un ataque de pánico, originado por un zumbido en el oído izquierdo y la sensación de tener líquido en ambos oídos, cuando fui a ver a otro otorrino el cual me explicó, despues de varias pruebas para checar el equilibrio y la audición, que posiblemente era vértigo por estrés. Me prescribió otra tanda de difenidol y yo salí insatisfecho, porque es muy común que uno quiere salir del consultorio del doctor con un diagnóstico contundente y una dotación de medicamentos que logren, a la brevedad posible, que uno esté brincoteando de nueva cuenta por las calles, rebosando de buena salud, cantando cual Blanca Nieves en el bosque y buscando pajarillos que se posen en nuestra mano para cantar a dúo.
En las semanas siguientes decidí regresar a mis actividades regulares a pesar de mi padecimiento. La invitación de un amigo para comer, y pasar el resto de la tarde platicando de cosas intrascendentales, me permitió tener mi primer día sin síntomas visibles del vértigo. El diagnóstico del último doctor parecía estar en lo correcto, y mi amigo parecía estar de acuerdo con él por los comentarios que me dedicó acerca de cómo me veía y escuchaba. Los siguientes días continuaron con algunos altibajos, pude darme cuenta que los síntomas iban y venían de acuerdo a mi estado de ánimo y dependiendo de si estaba realizando alguna actividad, y el tipo de actividad. Y sí, era estrés. Entendí que era momento de darme un tiempo, un receso hasta que finalmente pudiera estar bien.
Es curioso cómo resultan las cosas, viviendo en una ciudad que transpira estrés en su día a día, constantemente me repetía "eso no me puede pasar", me gustaba pensar que podía manejar el estrés, y en menos de un año ya tuve trastorno de ansiedad y ahora el vértigo. Tal vez el primero fue una llamada de atención que ignoré, por eso el segundo llegó como el jalón de orejas que necesitaba para ser más consciente de mi salud mental, como una especie de semáforo donde la luz verde es ser un jardín zen y la luz roja es el caos en mi cabeza, y las luces cambian y se encienden así como el vértigo y regulan la intensidad del mismo.
Hace un mes tuve mi primer semana donde me sentí al cien, a la semana siguiente volvieron los mareos, ya no tan intensos, no tan seguido, no tan prolongados, pero volvieron. Es el estrés queriendo arrancar el pasto y romper las macetas de mi jardín zen, y el vértigo pasó de ser un padecimiento al indicador (el semáforo) que me dice que tengo que parar un rato, que tengo que estar bien conmigo y mi psique. Estas últimas dos semanas hemos hecho las paces el vértigo y yo, siento que han quedado secuelas por el tiempo que pasé padeciéndolo, pero nada que no se pueda arreglar con algunos ejercicios para recuperar el equilibrio, tanto físico como mental. También sé que se sigue escondiendo en algún rincón de mi cabeza, ya me lo ha hecho saber, pero no para molestar o causar preocupación, sino para hacerse presente cuando se requiera hacer una pausa.