viernes, 7 de julio de 2023

Qué bonita vecinda'

 (Post quejumbroso con fines terapéuticos)

En todo edificio de departamentos, condominio o unidad habitacional de México, es común encontrarse con una variedad de personajes como vecinos, todos, y cada uno, con sus peculiaridades y excentricidades (incluido el señor dueño de este blog). Por lo que es de esperarse que siempre haya uno o un par de vecinos molestos que atenten contra la armonía del inmueble.

En estos lares no ocurrían grandes conflictos, excepto por un caso de violencia doméstica, donde hasta la policía llegó a intervenir, y tuvo un final "feliz" en el que la mujer se fue con sus dos hijas para regresar con el marido al cabo de 15 días, y una semana después se marcharían del edificio. De ahí en fuera, todo era paz y felicidad, o así fue hasta que falleció una vecina, a la que nombraré Doña Elena para salvaguardar la integridad de Doña Esperanza.

Doña Elena vivía en el departamento al lado del mío, nunca supe su edad (yo le calculaba 70) pero se veía muy bien conservada y con muy buena condición física, por lo cual su fallecimiento nos sorprendió a casi todos los vecinos. Ella estaba al tanto de todas las juntas vecinales y en el edificio era una especie de Big Brother a quien no se le iba el más mínimo detalle, si bien no era la más chismosa, era la que contaba con una cantidad considerable de información de vital importancia. En mi caso, nunca pudo sacarme mis trapitos a relucir o, lo más probable, tuve suerte de ganarme su simpatía, pues también se decía que la señora tenía su carácter.

Yo nunca tuve problemas con ella, teníamos muy buena relación, pero sí supe de un par de ocasiones donde dejó salir al súper saiyajin god plus ultra que habita en ella, y era algo que no querías enfrentar (cuenta la leyenda que hasta el administrador en turno le temía). De acuerdo a lo contado, Doña Elena no era de las que discutiera armando escándalo, era del tipo de persona que se veía visiblemente molesta, pero aún así lograba controlar su volumen e intensidad de voz. Además no era una persona conflictiva, la mayor parte del tiempo era muy simpática, si se molestaba y tomaba parte en una discusión era por una muy buena razón, según dicen los enterados. Y eso me hace pensar que ese temperamento era el que lograba mantener con calma a todo el edificio, porque después de su muerte fue cuando se rompió el equilibrio cósmico.

Durante los casi 30 años que llevo viviendo en este pedacito de edificio al cual llamo hogar, son los últimos 13, a partir del fallecimiento de Doña Elena, cuando los conflictos vecinales se han desatado: tuvimos una vecina histérica que nos dejaba bonitas notas con amenazas que contenían una amplia gama de palabras altisonantes, mismas que gritaba en los pasillos, y con dedicatoria a todos los vecinos, en todos y cada uno de los pisos que subía hasta llegar al suyo; ya hemos pasado por varios vecinos fiesteros, siendo los últimos los mejores, ya que podían pasar varios días de la semana en la fiesta, incluso días seguidos, y no escatimando en el uso de sustancias prohibidas; incluyendo a estos, hemos tenido tres departamentos con vecinos junkies (en oportunidades distintas), curiosamente a mí me achacaron el olor a mota en una de estas ocasiones; también tuvimos a una mamá luchona que se iba de parranda y metía en su depa a un hombre diferente cada fin de semana, cuyo hijo (de la chingada) se la pasaba tocando los timbres y pateando las puertas nomás por joder; varios vecinos que se han colgado de la luz y el gas (con el gas hubo una ocasión que pudo terminar en tragedia); y una larga lista de etcéteras.

Actualmente, no sé si es la etapa más bonita que me toca vivir, o si en alguna de mis vidas hice algo indebido (por no decir culero) y el karma malparido me lo está cobrando con intereses, porque siento como si estuviera sitiado. Mi vecina de al lado pertenece a esta especie de la sabana urbana mejor conocida como la señora de los perros, específicamente de la subespecie 8 perros y un gato, así que ya podrán imaginarse el melodioso concierto de aullidos y ladridos que se escucha en varios momentos del día. Aparte tiene ciertas costumbres, digamos... costumbres, como sacar a pasear a sus perros a medianoche, barrer los pasillos o la entrada del edificio a altas horas de la madrugada, y hacer reparaciones domésticas a las horas anteriormente mencionadas.

Por otro lado, los vecinos del piso de arriba son un matrimonio que gustan de arrastrar muebles, el golpeteo de pisadas y otros objetos, y hacer escándalo en general. La diversión aumenta cuando suena la alerta sísmica. Tienen un hijo (de la chingada) al que le gusta mucho correr, brincar y gritar una vez que llega de la escuela, aunque ahora que son vacaciones me lo tengo que zumbar varias veces al día. Algunos fines de semana, generalmente en quincena, el señor padre de familia disfruta de algunas (muchas) bebidas alcohólicas mientras escucha los grandes éxitos de Luis Miguel y nos bendice con sus melodiosos berridos escupidos a destiempo, los cuales son escuchados hasta el puesto de hot-dogs que está pasando la calle (un día vi por la ventana como los dueños del puesto miraban consternados hacía mi edificio para saber de donde provenían los gritos putrefactos de agonía).

Y finalmente, los vecinos del piso de abajo, que se la pasan de gritones a altas horas de la madrugada, y ya me han despertado en varias ocasiones. Y cuando digo "varias ocasiones", quiero decir casi diaro; y cuando digo "gritones", me refiero a gritos de placer. He llegado al punto en el que no sé si ir a la administración a levantar una queja, o contarles que muero de envidia porque tienen más vida social que yo.

En fin, maldito karma. Por mi parte, a pesar de lo estresante de mi situación, les saludo siempre sonriente y trato de ser lo más amable que puedo con todos los vecinos. Esto, para que cuando entrevisten a los sobrevivientes, una vez que haya culminado mi cosecha sangrienta, en el noticiero estelar de la noche todos digan: "Pero si era tan bueno, no sé que pudo pasarle".

 

 

P.D. Este último párrafo no se lo tomen tan en serio. Me encanta coquetear con la imaginación, la exageración y lo absurdo.

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