martes, 10 de febrero de 2009

Es lo que jugabas

Me encontraba trabajando en mi portafolios de trabajo, resolviendo unas cuestiones técnicas, cuando me dije a mí mismo: —mí mismo, te va ganar la hueva. Tienes razón —me contesté desvergonzadamente. Acto seguido, me metí a internet para ocupar mi tiempo en cosas menos productivas. Y fue en el blog de Violeta, que sí es productivo a diferencia de éste, donde me encontré un post que me trajo muchos recuerdos de mi niñez y los juegos a los que dedicaba mis ratos libres. Uno de ellos es el de "gorrión gorrión", que solía jugar con mis primos (y que, al parecer, la exclusividad del juego era propiedad del pueblo donde vivían, porque no recuerdo haberlo jugado en otro lado). Los preparativos, la planeación, desarrollo, y realización del juego, eran todo un arte.

Todo iniciaba cuando a algún idiota se le ocurría decir "vamos a jugar gorrión gorrión", y otros tantos, más idiotas que el primero -incluido yo-, accedíamos animados. Entonces, nos sentábamos alrededor de un círculo y cada uno tenía que decir que animal era (no necesariamente confesar la estupidez propia, sino decidir si se era 'pato', 'vaca', etc.), y no se valía repetir animales, sólo podía haber uno de cada especie y sexo (estábamos más jodidos que Noé, el del arca). De todos los participantes, uno, que generalmente era el que tuvo la idea de realizar tan ociosa actividad (no recuerdo si este tipo tenía algún nombre en particular dentro del juego, pero sí recuerdo su función dentro del mismo), se armaba de un cinturón, cuerda, o mecate. Con todos estos detalles resueltos podíamos realizar el ritual.

Para comenzar, el... vamos a ponerle "el niño del cinto", escogía a alguno de los participantes al azar, o arbitrariamente si se le daba su regalada gana, éste debía ponerse de pie y, cuando se inauguraba oficialmente el congreso de "gorrión gorrión", el participante 'vaca', por ejemplo, tenía que correr alrededor de los demás seguido por "el niño del cinto" quien blandía vigorosamente el cinto y de vez en cuando lanzaba dos que tres riatazos bien acomodados en la humanidad del participante. Pero, ¿ese era todo el chiste? No. Como todo juego de niños, la lógica era lo menos importante, por lo tanto había que llenar todos los huecos con un diálogo que se llevaba a cabo mientras duraba la flagelación. Y, si mi memoria no me falla, era algo así:

—Gorrión, gorrión —decía "el niño del cinto".
—Mande usted, señor —contestaba el participante 'vaca'.
—¿Qué hiciste hoy? —preguntaba "el niño del cinto".

Aquí la serie de preguntas y respuestas era intrascendental, excepto las primeras dos líneas que eran fundamentales (de ahí el nombrecito del juego). Lo realmente importante para el "niño del cinto" era hacer tiempo para poder soltarle riatazos a diestra y siniestra al participante en turno. Cuando el participante -casi- tenía la espalda roja, entonces venía la última e importante pregunta:

—¿A quién viste?
—Al elefante —le respondía el participante 'vaca'.

Entonces, 'vaca' podía descansar y sentarse con sus demás compañeros, mientras que 'elefante' debía ponerse inmediatamente de pie cuando se le nombraba, correr alrededor de los demás participantes, seguido por... sí, el horripilante "niño del cinto", y repetir el mismo diálogo 'kafkiano' hasta que intercambiaba su lugar por otro de los participantes.

También habían ciertas reglas importantes:

  1. Tenías que aguantar los embates del "niño del cinto" sin quejarte, de lo contrario el riatazo siguiente era más violento y temido.
  2. No podías tardar en contestarle al "niño del cinto" porque, de igual manera, el riatazo era más 'juerte'.
  3. Como en toda gran empresa, donde todas y cada una de las partes de la misma tienen una función y es necesario que la cumplan para trabajar en armonía, había que dejar hacer su trabajo al "niño del cinto" de vez en cuando. Esquivar algún golpe, o correr presuroso para que no te alcanzara con su cinto, sólo ocasionaría que se manchara contigo cuando te tocara levantarte nuevamente o que te golpeara aún cuando ya cambiaste lugar y te estás sentando (que era el único momento en el que eras inmune al "niño del cinto").
  4. No podías seleccionar a un participante al que le hubiera tocado su ronda de mazapanazos en el turno previo al tuyo.
Y así se nos podía ir toda la tarde hasta que al "niño del cinto" se le ampollaba la mano, o cuando alguno de los participantes resultaba herido (y era común que dijera "pido", aunque no recuerdo que fuera acompañado por la señal de amor y paz).

Ahora que recuerdo "gorrión gorrión", y que lo reflexiono profundamente, pienso que ¿a quién diablos le puede parecer divertido y 'etsitante' un juego donde corres como idiota, te pegan, y no ganas nada más allá de un ardor de espalda insoportable? Me imagino que para "el niño del cinto" era todo un mundo de posibilidades (aparte de ser notorio que jamás me tocó a mí ser el ya muy mentado "niño del cinto"). Pero, cuando uno es niño, no te importan esas cosas, lo realmente importante es divertirte e inventar nuevas formas para hacerlo.

Y usted amigo o amiga ¿También tenía juegos tan peculiares como el "gorrión gorrión"?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ja, ja... No, ps yo normal: lastráis, encantados (americanos), hoyos... hasta escondidas, todo con o sin base...

Anónimo dijo...

¿Acaso este juego no sacaba a flote lo masoquista que hay en cada uno de nosotros? De no ser así, ¿porqué diablos seguíamos jugándolo?

Chacha dijo...

Gin: ¿Hay alguna diferencia entre los encantados americanos, europeos, africanos, o asiáticos? Jajaja.
Saludos.

Secondmother: ¡Qué milagro tenerla por acá comentando! Por fin se decidió a honrar mi bló con su sapiencia. Y, sí, ¿por qué diablos seguíamos jugándolo? Quiero creer que, posiblemente, se trataba de una iniciación en la educación fetichista y el mundo de las filias a muy temprana edad. Un saludo a todos por allá.

Anónimo dijo...

uy. la diferencia entre los encantados normales y los americanos era medio porno.

los encantados normales, te tocaba el encantador y quedabas encantado, te tocaba cualquiera de los perseguidos igual que tú y te desencataban. los americanos, en cambio... uf. para encantarte, era la misma cosa. pero para desencantarte, alguien tenía que pasarse por entre tus piernas. y lo mejor lo mejor de todo era que si el pinche encantador estaba cerca de ahí, la única manera de salir librados los dos, era quedarse así, uno abajo de las piernas del otro, en una suerte de complicidad. no sé por qué en esos casos, el petrificado se volvía la bas.

Chacha dijo...

¡Demonios! ¿Y yo qué carajos estuve haciendo durante toda mi pubertad? Jajajaja.