Que la vida comienza después de los treinta... cierto.
Pasados varios días de haber cumplido 33 primaveras, tirándole a otoño mientras llega el invierno y con la presión de tener que aprender a multiplicar los peces antes de ser crucificado, tengo una perspectiva totalmente distinta de la vida (el post ególatra y cursi correspondiente a la fecha fue omitido por obvias razones, además estaba demasiado ocupado matando unas cuantas botellitas como para atender el bló).
La crisis de los 'tás', la cual nunca llegó -afortunadamente-, es un recuerdo más obsoleto que el Fabuloso Fred; los converse rojos han recobrado su brillo y ahora los calzo con harto orgullo; los tenis azules hacen juego con la colección de calcetines coloridos; me encuentro feliz por mi trigésimo tercer mes de embarazo (o que alguien me explique el por qué de tantos antojos); ya no me preocupa el Alzheimer, ni el aparato locomotor, ni las lesiones, y todas esas cosas que se me echaron a perder después de los treinta, pues ahora se me descompuso el sentido del humor y disfruto bastante de la acidez y el sarcasmo; ya no me levanto de la cama con la pesadez en el cuerpo, ahora me espero hasta que el cuerpo esté listo y preparado; y me he vuelto adicto al té Lipton.
Soy todo un rebelde. ¡Wow!
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