—¿Qué será peor? ¿Tener fe en Dios o en la humanidad? —preguntó intempestivamente una joven a su novio durante la sobremesa.
Él guardó silencio y la miró a los ojos durante algunos segundos en lo que digería la improvisada pregunta. Inhaló profundamente mientras analizaba las palabras de sus posibles respuestas.
—¿De qué te preocupas? Eres atea y desconfías de todos ¿No? —respondió con la misma naturalidad con la que bebía su café.
—Bueno, pero soy yo, ¿Tú qué opinas?
—¿A mí qué me preguntas? Soy hereje y me importan un comino los demás.
—Pero una de las dos debe ser peor...
—Supongo que la humanidad, hasta la fecha Dios no me ha molestado con cuestionamientos estúpidos que me importan un carajo.
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