Hoy volví a aparecerme, después de algún tiempo, en mi casa, mi alma máter, mi universidad. Es tan mía y no, a la vez.
Ya nos pusieron techo en el 'T', el Sol ya no pega como antes, pero nos echó a perder el reloj solar. La cafetería es tan diferente a lo que yo recordaba: ya tienen dispensadores de refrescos, el menú es de lo más variado (me pregunto si siguen preparando los huevos radioactivos en el desayuno), y cada vez se parece más a una cafetería de universidad de paga que a una de terminal de autobuses. La credencial -por fin- cumple con su función (una especie de tarjeta de crédito multi-pluri-funcional) y dejó de ser sólo un accesorio de lujo. Y, así, los cambios son evidentes, como si hubieran pasado más de ocho años. Pero el 'L', ese edificio que era el templo, hostal, y guarida, de una vida universitaria, es lo que menos reconozco.
Nos quitaron el bonito gris que nos relajaba y fue sustituido con amarillo, y un uso arbitrario de colores primarios y secundarios que ni el mismo Barragán hubiera empleado en su obra; los 40 salones fueron mutilados para dar cabida a 60 que nunca se llenan ni son ocupados; le dije adiós a las bonitas jardineras que engalanaban los espacios muertos, ahora nos dieron puestos de mercado sin reces, licuados, o comida, sólo restiradores amontonados para la comodidad(?) de los alumnos, y que hacen más difícil el traslado entre salones; la "pecera", el centro de exposiciones por excelencia -donde no cualquiera tenía el privilegio de exponer trabajos ahí-, murió, ahora tiene varios hijos huerfanos en todos y cada uno de los salones, que se asemejan cada vez más a un zoológico (¿'on 'tá el osito panda?); y nos dejaron sin nuestro lápiz (una pared con un lápiz pintado simulando una letra 'L' que era la parada obligatoria al final de la jornada estudiantil).
No todo está tan cambiado, pude distinguir algunas caras de la vieja guardia, mis ex-profesores. Manuelito me sigue preguntando por mi falda y mi cabello morado, el 'cubano' sigue tratando de reconocerme y yo sin saludarlo -me sigue cayendo mal-, el 'zanahoria' sigue con su sistema Another Brick in the Wall en sus clases, una de las 'frijolas' me saluda efusivamente, y Marta... fue la más sorprendida y feliz de verme. Fue -y es- de las mejores profesoras que tuve, la que me hacía renegar y rabiar, la que más entendió -ahora- mi gusto por la docencia, con la que intercambiamos anécdotas, peripecias, y tips del proceso educativo, y fue la que me dedicó los mejores y más sentidos deseos para conseguir la plaza en esta casa, aunque en otro campus.
Sí. Por un momento añoré esas épocas en las que me quejaba por la excesiva carga de trabajo, las tardes de los viernes en 'las abuelas' (centro de convenciones y salón de fiestas de 3:00 a 9:00 p.m.), y la ausencia de 'dormir' y 'comer' en mi lista de verbos, pero... ahora estoy de este lado.
Es tan mía, y no, esta casa. "La sangre llama" -supongo.
Ya nos pusieron techo en el 'T', el Sol ya no pega como antes, pero nos echó a perder el reloj solar. La cafetería es tan diferente a lo que yo recordaba: ya tienen dispensadores de refrescos, el menú es de lo más variado (me pregunto si siguen preparando los huevos radioactivos en el desayuno), y cada vez se parece más a una cafetería de universidad de paga que a una de terminal de autobuses. La credencial -por fin- cumple con su función (una especie de tarjeta de crédito multi-pluri-funcional) y dejó de ser sólo un accesorio de lujo. Y, así, los cambios son evidentes, como si hubieran pasado más de ocho años. Pero el 'L', ese edificio que era el templo, hostal, y guarida, de una vida universitaria, es lo que menos reconozco.
Nos quitaron el bonito gris que nos relajaba y fue sustituido con amarillo, y un uso arbitrario de colores primarios y secundarios que ni el mismo Barragán hubiera empleado en su obra; los 40 salones fueron mutilados para dar cabida a 60 que nunca se llenan ni son ocupados; le dije adiós a las bonitas jardineras que engalanaban los espacios muertos, ahora nos dieron puestos de mercado sin reces, licuados, o comida, sólo restiradores amontonados para la comodidad(?) de los alumnos, y que hacen más difícil el traslado entre salones; la "pecera", el centro de exposiciones por excelencia -donde no cualquiera tenía el privilegio de exponer trabajos ahí-, murió, ahora tiene varios hijos huerfanos en todos y cada uno de los salones, que se asemejan cada vez más a un zoológico (¿'on 'tá el osito panda?); y nos dejaron sin nuestro lápiz (una pared con un lápiz pintado simulando una letra 'L' que era la parada obligatoria al final de la jornada estudiantil).
No todo está tan cambiado, pude distinguir algunas caras de la vieja guardia, mis ex-profesores. Manuelito me sigue preguntando por mi falda y mi cabello morado, el 'cubano' sigue tratando de reconocerme y yo sin saludarlo -me sigue cayendo mal-, el 'zanahoria' sigue con su sistema Another Brick in the Wall en sus clases, una de las 'frijolas' me saluda efusivamente, y Marta... fue la más sorprendida y feliz de verme. Fue -y es- de las mejores profesoras que tuve, la que me hacía renegar y rabiar, la que más entendió -ahora- mi gusto por la docencia, con la que intercambiamos anécdotas, peripecias, y tips del proceso educativo, y fue la que me dedicó los mejores y más sentidos deseos para conseguir la plaza en esta casa, aunque en otro campus.
Sí. Por un momento añoré esas épocas en las que me quejaba por la excesiva carga de trabajo, las tardes de los viernes en 'las abuelas' (centro de convenciones y salón de fiestas de 3:00 a 9:00 p.m.), y la ausencia de 'dormir' y 'comer' en mi lista de verbos, pero... ahora estoy de este lado.
Es tan mía, y no, esta casa. "La sangre llama" -supongo.
3 comentarios:
No puedo imaginarme el "L" sin pecera. Para mí era el centro del CAD y lo que los diferenciaba del resto de los mortales (CBI y los del "who cares?" CDH). Ni hablar, los años no pasan en balde.
Qué curioso... había oído que el amarillo tenía buenos significados para usar de pintura.
Esto es lo que encontré por internet:
4. COLORES AMARILLOS
Producen alegría y frescura en las habitaciones donde se utilizan. Es perfecto para salones y estancias que no disponen de mucha luz.
Dentro de la paleta cromática, existe una gran variedad de tonos. Son colores cálidos que reflejan con fuerza la luz y permiten crear un ambiente sereno. Los tapizados y tejidos ideales para combinar son lisos o estampados en melocotón, salmón, visón y camel. En cuanto a los muebles, les va bien la fibra natural, la madera color miel y de abedul, haya o fresno.
Secondmother:
Pos ya voló junto con "el lápiz".
Sí, ¿a quién le interesan los entes de CSH como para acordarse que no son CDH?
Jajajaja.
Mi Alma:
Muy acertado el apunte pero, en este caso, su uso se acerca más a la idea de Kandinsky hacia ese color: la locura violenta.
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