Febrero, 2002
Estimadísima señorita Escalante:
Reciba un sentido saludo y abrazo desde este rinconcito (su rinconcito) de la ciudad. Fue muy bueno saber de usted en estos días, disfruté muchísimo su compañía, y la de Chejov, en el teatro.
Esta vez, más que dolido, estoy molesto con mi otrora mujer en turno. Y no sé que es lo que más impulsa mi ira hacia su recuerdo: su traición o su poca entereza para confrontarme.
Si no le cuento los antecedentes de mi vida con esta señorita es porque, en estos momentos, ya no me importa si me echó a perder lo poco festivo de un día festivo, si disfrutamos las tardes patinando, o las golosinas con las que poníamos al sistema nervioso a tope; no, ahora me encuentro sediento de sangre.
El día que decidió abandonarme, aseguró que le resulté ser alguien diferente, alguien que no conocía, y que necesitaba tiempo para replantearse las cosas con respecto a mí. En consecuencia, mi ser se encontró plagado de toda clase de preguntas, entre las cuales las ya recurrentes en las que uno se cree con más responsabilidad de la que se tiene en el asunto. Fue una semana de cuestionamientos y malestares incesantes hasta que decidí hablar con ella para tratar de arreglar la situación, lo cual tuve que hacer vía telefónica para pactar un encuentro y no resultar un inoportuno presentándome de improviso en su domicilio.
Ella contestó con la gracia que siempre la caracteriza, después de los formales saludos entramos en materia. Al momento de pronunciar las primeras palabras al respecto, ella interrumpió para explicarme sus motivos, me contó que llevaba varios días saliendo con alguien más y que no quería "ponerme el cuerno", por lo cual decidió terminar la relación. Su argumento me hubiera resultado válido si no existieran tantos errores en su relato, al momento de platicarme sus hipotéticas fechas, pues el tiempo que llevaba frecuentando a este mozalbete, curiosamente, eran los días en que nos conocimos y comenzamos a salir. Además, una frase indiscreta de su parte (error que quiso ser lavado instantes después), me dejó saber que no es que pretendiera tener una relación con este tipo, sino que ya había empezado, aún cuando éramos pareja. Ante argumentos tan contradictorios, y mi ofuscación, no aguanté más y azoté el auricular en contra del teléfono para poner fin a la conversación.
La rabia se ha apoderado de mí, y aunque hace pocos minutos que regresé de su casa donde cometí suicidio masivo –nos maté y no sabe cómo lo disfruté mucho, aunque no debiera-, aún me queda el hilo frío del rencor... ¿será cierto aquello que cuentan acerca de la venganza? No lo sé, así que esperaré a que conteste mi misiva para que me cuente su punto de vista y me aclare un poquito más las cosas, o mínimo me recomiende una terapia para superar el agrio sentimiento.
Su suicida de cabecera.
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