15 de junio de 2008
Me acostaba sobre su abdomen hasta quedarme dormido -eso cuentan-, me llevó por primera vez a la lucha libre a los siete años y seguiríamos asistiendo por muchos años más, hasta la fecha. Lo acompañaba al trabajo los sábados, y para entretener al hiperactivo que siempre he sido, me puso a trabajar como capturista de datos para cuadrarle las cuentas que la taruga de la secretaria había descuadrado durante toda la semana -en ese entonces yo no era tan idiota en matemáticas.
Nos llevaba a los tacos de tripa -muy sabrosos- o a La Vaca Negra los fines de semana, y los domingos me disparaba mi malteada de fresa en el mercado. En esas fechas, mis horas de sueño eran inversamente proporcionales a la edad, con lo que el despertar diario era toda una odisea, hasta que su voz desafiaba toda ley de la física haciéndose escuchar desde el patio hasta mi cuarto con la misma nitidez e intensidad del dts o THX.
Me enseñó que Charles Bronson sabía actuar, siempre y cuando lo condenaran a muerte y lo mandaran a una misión suicida junto con Lee Marvin en Doce al Patíbulo. Gracias a él conocí a Bruce Lee y Jackie Chan. Y hasta el día de hoy, no me perdona que lo sacara de la sala del cine para ir al baño durante el ataque a la Estrella de la Muerte en Star Wars -su recuerdo "feliz" de ese suceso es una bonita ceremonia de premiación.
Ahora tenemos kilómetros de distancia (literalmente), nos vemos tres o cuatro veces al año. Cada navidad me hace poner las lucecitas en su casa, a mí me purga que encarnemos a Chevy Chase en Christmas Vacation, pero es su gusto, y sólo por eso me presto para hacer el ridículo trepado por toda la casa. Somos cómplices de vicio, procuramos el uno del otro para protegernos de que mi madre nos cache fumando (cosa que le molesta en demasía), y suele acabarse mis cigarros regularmente, aunque me deja una cajetilla nueva cuando nos despedimos. Hemos aprendido a sobrellevar y tolerar el carácter que nos cargamos, y que en muchas ocasiones nos ha hecho discutir y enemistarnos hasta el grado de dejarnos de hablar en dos ocasiones. Y hoy hablé con él vía telefónica, el día fue sólo un pretexto, no quise dejar la oportunidad de decirle todo lo que siento por él, y que pocas veces nos decimos.
También tenemos toda una historia oscura entre nosotros, pero el cuento de hadas nos funciona mejor así, porque ambos sabemos que, a pesar de todo, seguiré siendo su hijo y él seguirá siendo mi padre.
Apá, te quiero un chingo viejo.
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