Junio, 2007
Mi muy querida señorita Escalante:
Reciba un cordial y caluroso saludo desde este rinconcito de la ciudad donde el surrealismo cotidiano no para.
¿Recuerda a la mujercita que usted conoció en la reunión para conmemorar otro de mis otoños? Pues este año hizo su regreso triunfal por estas tierras, actividad que me resultó bastante ilustrativa y didáctica.
Fue a principios de este año cuando volví a encontrarme con esta desquiciada diva en más de una ocasión. Sus visitas recurrentes a mi domicilio aumentaron en frecuencia, por lo que las salidas a tomar café y charlas trascendentales -acerca de lo intrascendental- eran una inevitable consecuencia. Al cabo de unos meses me encontraba, sin saber cómo, en este no saber nada, sin saber cuándo, sintiendo este no se qué por esta niña (¿me entendió? porque yo a duras penas lo hago). Y si piensa que lo mío es confusión, entonces lo de ella no sé cómo puede ser catalogado.
El día que me armé de valor para hablarle de un "tu-yo" a esta mujer, sus argumentos fueron lo bastante "sólidos" para evitarme la labor de convencimiento, y debo aceptar que es la primera mujer que me deja sin habla... ante tanta inmadurez.
Sus alegatos giraron en torno a que ella estaba acostumbrada a cierto estilo de vida, status y lujos que muy difícilmente, según ella, yo podría darle (voy a fingir demencia y torpeza por un momento pero, ¿acaso me llamó 'jodido' y que por eso no aceptaba tener una relación conmigo?). Sus fundamentos eran algo así como una oda a su egocentrismo y la pugna por derrocar a mi autoestima. Fue tanta su osadía, que me harté de ser un dejado y, al final de la plática, si le solté dos que tres improperios –uno es tolerante pero "hasta los foquitos tienen su corazoncito".
Paradójicamente, tan segura estaba ella de no querer absolutamente nada conmigo que en más de una ocasión se contradijo y consideró la propuesta exponiendo los pros y los contras, preguntándome cuánto me duraría el gusto, qué pasaría si saliéramos y si las cosas no funcionaban, y por cuánto la aguantaría –y lo mío era confusión, já.
La cereza del pastel, fue cuando me soltó la frase que me mostró a la verdadera mujer que habitaba detrás de todas esas máscaras. "Yo no me voy a arriesgar a algo que no tengo seguro" -dijo. Y tiene razón, lo que yo le ofrecía es la incertidumbre, el reinventarnos en el día a día, lo ordinario de una relación de pareja. Ella, como en todas sus relaciones que le conocí, buscaba al príncipe azul y los cuentos de hadas. En cuanto a lo de arriesgar, está de sobra decirle el adjetivo que le tengo reservado a este tipo de personas. Por mi parte, buscaré a una mujer que quiera arriesgarse sin importarle el tiempo que nos dure la sonrisa en los labios, que simplemente quiera sentir lo que es tener esa sonrisa dibujada (tarde pero aprendí de mi relación anterior).
Sé que en estos momentos debiera meterme otro tiro en la cabeza pero créame que no lo necesito, hay otra a la que debiéramos suicidar.
Su 'jodido' suicida de cabecera
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