¿Qué estarías dispuesto a arriesgar cuando sabes que no hay cabida para el fracaso?
Y es que la simple palabra -fracaso- da bastante miedo, es una posibilidad en el juego del todo o nada, una posibilidad que no nos gusta contemplar, pero existe. El terror que nos origina es normal, no justificable pero normal, por lo que las cosas que nos atreveríamos a hacer por evitarlo serían incontables.
Resulta igual de difícil considerar todos los factores que están involucrados, el cómo pueden alterarse, medir las consecuencias, y saber que, sea cual sea el resultado, por cada ganancia habrá una pérdida. Aún si hubiera forma alguna de descifrar el futuro ¿realmente nos importaría? Yo creo que no, porque a pesar de saber que tenemos todos los pronósticos en contra igual iríamos en busca de lo que queremos y arriesgaríamos todo lo que tenemos con tal de conseguirlo. Y no hablo de esas cosas vanales y materiales, hablo de las pocas cosas que, aún, valen la pena en este mundo.
Jugarse el todo por la superación personal, no de la que habla Miguel Ángel Cornejo o Carlos Cuauhtémoc Sánchez, la que nos da satisfacciones personales y nos hace sentirnos realizados como seres humanos; jugárnosla por nuestros ideales, nuestros sueños; por procurarnos un poco, tanto nosotros como a nuestros seres queridos; y, en el mejor de los casos, jugarnos hasta la vida por una "ella" o un "él" (según sea el caso).
Arriesgarlo todo, tan fácil de decir, no así el hacerlo. El liberarnos, romper con los paradigmas, ¿qué tanto es bueno ser analítico? ¿qué tan beneficioso es seguir el llamado de nuestros impulsos y lo que dicta nuestra pasión? El miedo a perderlo todo nos hace detenernos, el no saber cómo recoger los pedazos de uno mismo nos evita seguir caminando.
Lo importante no es cuántas veces nos hemos caído, no importan las veces que logramos reincorporarnos. Al final lo que importa es que, una vez más, podemos volver a apostar el resto (y lo que nos falta) y volver a sentirnos vivos.
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