domingo, 4 de mayo de 2008

Cartas desde el inframundo VI

Abril, 1997

Señorita Escalante:

¿Qué tal le pintan sus días? Estamos esperando gustosos a que regrese pronto por estos lares después de su exitosa gira por la vida. Seguro me nota algo más cambiado desde la última vez que nos leímos, y no es para menos.
Conocí a una conejita, durante los últimos días de mi rehabilitación, que dejaba la marca de los dientes en casi todas las cosas, y cuando aún estaba convaleciendo por heridas de guerras pasadas. Muy buena niña, hija de familia, bastante educadita (a diferencia de la anterior), y en general muy agradable. Salimos por algunos meses, durante los cuales nos identificamos en varios ámbitos en los que, hasta la fecha, nos sentíamos o éramos catalogados de raros -es increíble saber de cuantos temas de conversación nos perdemos los seres humanos si fuéramos un poquito más abiertos.
Desgraciadamente, cuando se notaba más sanita que de costumbre, me di cuenta que todavía seguía herida de muerte por un amor pasado. Lo supe al momento de su duda, cuando, en un arrebato de valor, me arriesgué a robarle un suspiro de sus húmedos labios.
Había otro par de huellas acompañándola y no eran mías, ella las dejó marcadas en su playa a pesar de mi compañía. Me imagino que llegué un poco tarde, o un poco temprano, o qué sé yo, pero inoportuno al final.
A pesar de todo, me doy cuenta que los pedacitos de mi aorta, casi extinta, se regeneraron sin aviso previo. Dejémosles así por algún tiempo hasta que sanen, porque hoy gustoso me doy el tiro de gracia. “Quiero creer que estoy volviendo”, dijera Benedetti.


Su corregido (y aumentado) suicida.

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