Desde hace varios años, mi ritual matutino, el cual siempre comienza con la tarea de despertarme antes de levantarme de la cama para evitar que me rompa la maceta con cualquier mueble u objeto de mi casa 'anti-feng-shuizada', incluye una sesión de cinco minutos de autoestima frente al espejo. Una vez que logré reconocer al personaje que está frente a mí, me hago la misma pregunta en voz alta: "¿cómo estás?". La respuesta varía dependiendo del estado de ánimo: "estoy bien buenote" cuando traigo la pila a tope, "bien" cuando estoy dos-dos, y si de plano me encuentro bastante bajón con un "estoy vivo" o "sobreviviendo" es más que suficiente.
Hace algunas semanas cambié la pregunta inconscientemente, me pregunté "¿cómo vas?", la cual revolvió todo mi marco referencial. Si bien la primera pregunta se refiere a cuestiones anímicas, la segunda fue formulada de manera más personal, como si me cuestionara el cómo voy en la vida, en el trabajo, etc. Debo reconocer que por un momento me aterró tal equivocación, pues al tratar de responderme me quedé pasmado sin nada que decir.
Ahora tengo que lidiar con las dos preguntas, la primera ya la tengo más que estudiada, y la segunda, hasta la fecha, lo más sensato que me he contestado ha sido: "espero algún día responder de manera positiva".
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