—Me he cambiado el nombre —interrumpe durante nuestra charla telefónica—, ahora me llamo Ausencia.
—¿Ausencia de qué? —me pregunté.
Y ahora que lo pienso, la respuesta había sido revelada durante nuestra plática: se refería a su ausencia, a la de ella en sus relaciones. Le había leído, escuchado y observado en los últimos meses, y resultaba obvio que destilaba la ausencia por sus poros, pero pasó inadvertido hasta que una monje budista encontró su 'chakra' defectuoso.
Ausencia a final de cuentas.
—Si ahora no estás ¿nunca estuviste? —le reclamaba al último de sus hombres.
La pregunta también podría formulársela ella, y mi respuesta sería que, tal vez, ambos nunca estuvieron.
Ausencia a final de cuentas.
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