Julio, 2005
Mi muy apreciada señorita Escalante:
Por favor vaya y diga a esa fulana dueña de mis insomnias, y huésped recurrente en mis sueños mojados, que anoche decidí suicidarme (una vez más). No lo hice por su desamor, tampoco por su desprecio, ni su odio, sino todo lo contrario –ella solía corresponderme.
Dígale que me maté y no por ella, no le diga eso, no hay necesidad de achacarle el peso de un suicida esquizofrénico, sino que mi muerte ha sido producto de su dicha, de la sonrisa que decidió regalarme un día de julio, y sus silencios sabios.
Dígale que ya estoy mejor de mis dolencias, incluso desde antes de cortarme la aorta, que disfruté mucho a su lado, que le agradezco los vicios que me robó -espero que ella no se los haya guardado- y que lamento mucho no haber llegado a ese bautizo ni a la boda que teníamos pactados.
Fue algo así como demasiado oxígeno, mismo que me comí a bocanadas de su vida y supongo que fue demasiado para aprender a vivir con ello.
Su planeta impactó por sorpresa, y fuertemente, tanto que no pude despertar y me quedé soñando, y tal vez no supe distinguir entre cuentos de hadas y desvelos. Así que dígale que mi muerte no fue por cobardía, que posiblemente fue un intento fallido por querer guardar el momento, o de querer robarme once años del calendario.
Asimismo, le pido señorita Escalante, que le cuente que hasta el último día, en la última neurona que quedó con vida en mi persona cuando decidí cometer aquel genocidio, le seguía persiguiendo para saber si volvía a mirarme, a sonreírme. Y supongo que así lo hizo ella, sólo que no pude descifrar lo que me resultaba tan evidente (once again?).
Hágale llegar estas palabras a la brevedad posible, espero y aún me recuerde. Para usted, mi más cordial saludo desde el más allá.
Con cariño:
Su suicida de cabecera, y recurrente.
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