Ella me platica de sus hombres y los conflictos internos que arrastran. La observo, se nota cansada, fastidiada, por esta situación. La dejo desahogarse —que tire dos o tres madres y centellas— para que expulse, también, el enojo contenido después de un mal día en la universidad. Bebe su naranjada como si tratara de recuperar las fuerzas perdidas por el desgaste psíquico y respira profundamente.
Después de estar pensativa por unos instantes (en los que aprovecho para tragar tostadas con salsa), me dice que no puede evitar sentirse como una 'escuincla' por el patrón de comportamiento casi enfermizo.
Estoy cansada de esos hombres —comenta con una mezcla de tristeza y fastidio—, y sé que me veo reflejada en ellos. Me gustaría saber qué está mal conmigo.
Yo me quedo en silencio, reflexivo. Ojalá supiera qué decirle. Minutos después, pregunta por mis mujeres: la última, la más reciente.
La actualizo con los últimos acontecimientos, cuento los detalles escuetamente y con la misma emoción e interés que me causaría levantarme a primera hora un domingo cualquiera. Mientras sigo platicando, mi mente se escapa por un resquicio para encontrar un punto en común entre los dos: ella está harta de sus hombres y yo hago lo mismo con mis mujeres. Las similitudes parecen ir en aumento con cada comentario agregado a la charla.
Hoy le estuve dando vueltas en mi cabeza a la situación, y llegué a la conclusión que me da 'güeva' una mujer así —le digo fastidiado. Y que 'güeva' me doy por seguirle dando vueltas.
Los ejemplos vienen y van en torno al mismo tema mientras nos invade la incertidumbre que nos hace cuestionar la mucha o poca responsabilidad de nuestros actos en el asunto, y que nos obliga a mirarnos una y otra vez en ese espejo que algo trata de decirnos.
¿Quién tiene razón? ¿Quién está errado? ¿Quién no habrá dudado de su corazón? —se escucha en aquella canción que discretamente se cuela por el local y que parece quedar perfecta como dedicatoria en la postal de nuestras cavilaciones.
No hubo tiempo para los apuntes finales. La prisa por llegar a su próxima clase daba por concluida nuestra salida, ésa que nos debíamos después de no habernos visto por algunos meses. Después de despedirla en el metro, regresé a casa meditabundo y, estúpidamente, con ganas de que sonara mi teléfono y del otro lado del auricular contestara esa voz conocida de la última de mis mujeres, la más reciente.
Sé que me veo reflejado en ellas. Me gustaría saber qué está mal conmigo.
1 comentario:
Es algo difícil de entender (yo lo digo y no lo entiendo) que seamos nosotros mismos quienes buscamos a las personas con quienes estamos.
Muchas veces nos quejamos por las situaciones que nos toca vivir, porque 'tal' nos jodió, nos hizo poner mal, nos engañó... lo que sea, y 'siempre nos pasa lo mismo'. Sin embargo, hay un factor, alguno en nosotros, que nos hace repetir el mismo circuito a diario.
Será que hay que descubrir cuál es el eslabón que provoca que la cadena se vuelva a repetir... de encontrarlo, se puede quitar y volver a construir el engranaje.
Kiss :3
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