Abril, 1992
Señorita Escalante:
Ha pasado algo de tiempo desde la última vez que nos vimos, y no es que la tenga olvidada, sino que entre las clases de teatro, mi trabajo y las labores domésticas, no he encontrado el tiempo para invitarle un rico cafecito. Y perdone si ahora que me animo a escribirle, sobre todo después de tener varios meses sin sabernos, sea únicamente para contarle de mis dolencias inoportunas.
En esta ocasión, me volé la tapa de los sesos por una periodista de aviso inoportuno: llegó a mí cuando menos esperaba para después largarse cuando más la necesitaba. No voy a negar que lo disfruté al máximo, que dejamos historias encerradas en los salones, que su labial manchó algo más que mis ropas, y que no todas nuestras tardes fueron malas, fugaces sí, pero tardes al fin.
Supongo que al momento de abandonarnos, ella estaba más cansada de mis arrebatos de inmadurez que yo de su persistente necedad por querer cambiar mi persona, pues su postura se mantuvo desde que me colgó teléfono de forma muy efusiva hasta que llegamos a la conclusión definitiva.
En realidad, no estoy ni tan molesto ni tan afligido, pienso que tal vez buscábamos cosas totalmente distintas y mirábamos hacia horizontes diferentes, porque ya hacía algunas semanas que, sin razón de ambas partes, nos habíamos distanciado.
Espero que se encuentre bien, y si no le cuento más no es por desconfianza, desgraciadamente es porque no llegó a más esta publicación mensual.
Su suicida.
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