domingo, 20 de abril de 2008

Cartas desde el inframundo IV

Febrero, 1995

Querida señorita Escalante:

Primero que nada reciba un saludo muy cordial. Le cuento que me cambié de domicilio hace algunos meses (ojalá y no la haya tenido tocando a mi puerta en vano), y ya estoy más cerca de su vivienda, con lo que no tendrá que cruzar toda la ciudad y perder todo un día para vernos.
¿Recuerda que le había comentado el año pasado que no lo terminaba tan mal?, pues para mi mala fortuna, y a pocos días de comenzado el segundo mes del año, lo empezamos con el pie izquierdo.
Por una mujer demasiado buena, para creérmelo, terminé ahorcado por inepto e ignorante. Ella no quería irse, lo sé por los días en que me dedicaba sus cartas y su costura, las noches en que me regalaba sus estrellas que me cobijaban, por las tardes y amaneceres en la playa donde se aferraba a mí como si no quisiera que me le escurriera de entre sus dedos; no quería irse, yo fui quien la aparté ahora.
Lo sé, porque en la última de nuestras páginas, mientras el día se moría aún negándose a hacerlo y dejar que se acabara el encanto, ella abrazada a mí me contó su sentir, el no saber por qué seguía yo estando con ella. Un aire frío comenzó a correr por la ciudad, sabedora del futuro, cuando me preguntó por mis sentimientos. De haber descifrado el mensaje entre líneas, esta carta tendría un contenido muy diferente.
Durante toda esta semana, me pregunté si fue culpa de la distancia, del poco tiempo que me di para llevar esta relación, o si fue algo que hice lo que provocó este desenlace de los hechos. Unos minutos antes de escribirle esta nueva misiva, fue cuando lo vi todo claramente: pesó más lo que no hice. Debí darme cuenta que lo que quería era el mismo sentimiento que ella me profesaba, y las palabras sobraban y no bastaban, lo que le importaba era el compromiso manifiesto, de mi parte, por jugarnos el todo por el todo en este albur.
Ahora comprendo que, cuando sus dedos se desprendían lentamente de mi pecho, lo que quería no era despedirse, sino que yo le diera una razón, o un pretexto, para quedarse. Idiotamente, corrí lo más rápido que pude en dirección opuesta, y no sé que tanto por miedo, por no querer comprometerme o por no sentirme vulnerable; espero algún día saberlo con exactitud para intentar no repetirlo.
La perdí señorita Escalante, todo por no ver lo que resultaba evidente. Me siento como un perfecto estúpido.


Su idiota suicida.

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