Esta tarde estuve platicando con un amigo, cuando el inconsciente decidió jugarme una mala pasada al traer a la conversación a una mujer, de cuyo nombre no quiero acordarme. Él me dijo, no sé que tanto por morbo o que tan en serio, "sigue haciendo mella, ¿verdad?". Automáticamente le contesté que sólo para hacer corajes, y cerramos el tema. Curiosamente, creo que le di la razón con mi respuesta. Sí, hay mujeres que siguen haciendo mella a pesar de los años, rencores o cariños guardados. Y en ese aspecto, mi amigo tendrá sus historias que contar pero, fiel a la regla que me he impuesto, que cada quien se queme solito cuando quiera, como quiera y con quien así lo desee.
Por mi parte, son pocas las mujeres que han dejado sus huellas marcadas en mis páginas. Las que más me gustan, son las que aparecen de la nada y se cuelan en mis conversaciones al hacer un comentario amable, aquellas que me han enseñado a ver la vida a través de sus ojos, y las que me extendieron su mano para caminar junto a ellas por el tiempo que fuese necesario. Para todas ellas mi respeto, mi gran cariño y esa aurícula en donde he decidido dejarles hospedarse -se les sigue recordando con profunda alegría.
Otras pocas, son las que se convierten en el laxante involuntario para mis noches de desvelo, son las de no retorno. Se convirtieron en la carga pesada que cuesta trabajo llevar para seguir adelante, cuando con éxito lograron que les comprara los adjetivos y demás cosas inservibles -y que ingenuamente las creí mías. Aquellas que despertaron mis más bélicos sentimientos hacia ellas, creyendo que para recordar no importa el "cómo" se les rememore.
Fueron dos o tres, y ya les he dejado en paz con mis rencores. La del pasado inmediato, la que se esmeró un poco más que las anteriores en transformarse en aquel laxante, es la que, desgraciadamente, sigue haciendo mella, aunque sólo para hacer corajes... y hasta que yo lo siga permitiendo.
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